sábado, 17 de agosto de 2013

Comentario i: El cuadro del Corazón de Jesús



Era en la guerra del Chaco, yo tenía apenas cinco años. Todo lo que sabía de la guerra era que mis dos hermanos mayores, Antonio y Pedro, estaban combatiendo allá, y la costumbre de mi madre de encender cada noche una vela frente a la hornacina familiar de la Virgen de las Mercedes, y rezar implorando el divino amparo para sus hijos. Fue por aquel tiempo también que sucedió un episodio imborrable. Ocurría que circulaba el rumor que los bolivianos tenían una poderosa aviación y pensaban bombardear Asunción. Se creía tanto en eso, que la gente de la vecindad se cruzaba recomendaciones de como cavar refugios en el patio, meterse en él y ponerse encima un colchón. Pues bien, ocurrió que un día, un solitario avión (que al final resultó nuestro) sobrevoló la zona de nuestra ciudad donde vivíamos. El susto fue general. ¡Vienen los bolivianos!. El recuerdo que no se me borra, es el de una señora, vecina nuestra, muy religiosa que salió disparada de su casa, enarbolando un inmenso cuadro del Corazón de Jesús, alzado hacia el cielo la imagen y rezando a gritos para que el Hijo de Dios nos salvara de aquel maligno portador de muerte y destrucción. Fue tanta la mezcla de angustia, fe y pánico, que su pobre corazón de señora gorda no soporto, y cayó fulminada en la calle por un ataque cardiaco. Curiosamente, aquella señora fue la primera y única víctima de un ataque aéreo . . . que nunca se produjo. Otro recuerdo inolvidable, de esos que se fijan en la memoria en la infancia y perduran por siempre, es el de una luminosa mañana de setiembre en que el día pareció estallar. Las sirenas atronaban el espacio, tanto la del diario La Tribuna como los silbatos de los trenes y de los barcos. La gente salía a la calle y lloraba y se abrazaba el vecindario invadió la austera casa del usurero del barrio, don Toribio, que tenia una radio Philco donde podía escucharse el boletín de la única emisora que había entonces en la Capital, si mal no recuerdo, Radio El País, y la sensacional noticia era que Boquerón había sido conquistado. Aunque pesaba en el corazón la lista de muertos en los días previos que figuraban en los lóbregos pizarrones de La Tribuna, ese día el corazón del pueblo se abrió para la alegría y el orgullo. Se estaba demostrando, lo comprendí mas tarde, que el pueblo adquirió con Boquerón, la conciencia de que la guerra iba a ganarse. Aquella noche, la vela que ardía frente a la Virgen me pareció más viva y luminosa, y la oración de mi madre tenía una resonancia de himno, porque salía del corazón de una madre para guaya, que no sabía si sus hijos estaban vivos o muertos, pero tenía la certeza de ser ella, hija de una Patria victoriosa.
Mario Halley Mora - MHM


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