viernes, 16 de agosto de 2013

Comentario i: El ultimo de la promoción



Nos contaba un viejo amigo, viejo como amigo y viejo como persona, que allá por 1938 formó parte de una promoción de contadores, 30 en total, que durante la era estudiantil integró un grupo muy unido y solidario, que en el momento de la despedida del Colegio, hizo un juramento: cada 30 de Octubre, a las 9 de la mañana, se encontrarían todos frente al Panteón Nacional, y de allí irían a celebrar el aniversario en un bar o restaurant del centro. Durante años, fueron fieles al compromiso. Sin embargo, el quinto año consecutivo quedaron de los 30, 27. Uno murió en un accidente, otro se fue al extranjero, y un tercero no apareció sin explicación alguna. La Revolución de 1947 causó un serio golpe al grupo, que se redujo a 16. Nos mostró luego una fotografía de 1956, quedaban 12. Pero curiosamente, esa docena de "sobrevivientes" de la promoción, se mantuvo unida y sin ausencias hasta 1962, en que se redujo a once, por la muerte de uno de ellos. La siguiente fotografía que nos mostró, era de 1975, y el grupo se había reducido a cinco. Y aquí llegamos al episodio melancólico que contó finalmente. Fue el 30 de Noviembre de 1982. 8 de la mañana. Un hombre se paso tardo y encorvado por los años - nuestro amigo - concurrió puntualmente a la cita. Llegó a la hora exacta. Miró a uno y otro lado. No aparecía nadie. Se consoló pensando que claro, la vejez nos vuelve a todos perezosos e impuntuales, pero alguien vendrá, alguien vendrá. El reloj marcó las 8.30, las 9, las nueve y media y nadie aparecía en la cita. A las 10 de la mañana, nuestro amigo no tuvo más remedio que convencerse: había quedado solo. Aquel grupo bullicioso y juvenil de 1938 ya no era sino una caravana de fantasmas marchando rumbo al olvido. Ya no eran amigos, sino recuerdos de amigos. Ya no eran hombres con quienes alzar una copa y brindar, sino nombres escritos en la lapida fría de la nostalgia. Con paso arrastrado, nuestro amigo se marcho. Caminó por la calle y sus pasos le condujeron a las puertas de aquel antiguo restaurant alemán de la calle Eusebio Ayala bajo cuyas añosas palmeras brindaron en grupo por el ayer hermoso, por los ausentes y por la buena fortuna de los presentes. Pidió un chopp que se lo trajeron. Un chopp tamaño "imperial", dorado, helado, y con una espuma como de nieve. Contemplo su vaso. Lo alzo brindando por los fantasmas del pasado y murmuró “Salud, muchachos”, antes de beberse todo de una sola vez. Después, ya no me pudo seguir contando . . .
Mario Halley Mora - MHM

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