martes, 16 de abril de 2013

Comentario í: La inevitable derrota del hombre




Botánico, de mañana, un día de sol. Un automóvil avanza por la avenida, toma hacia la izquierda, alejándose de la zona de las jaulas del Zoológico. Se detiene. Un hombre aun joven desciende del auto. Abre la valijera y extrae una silla de ruedas plegable, que arma con mano diestra. Luego, abre la portezuela trasera del coche, y baja en brazos, como si fuera un niño, a un anciano bien abrigado, con un incongruente gorro juvenil en la cabeza. Deposita al anciano en la silla de ruedas, arropa bien al anciano con una manta que le pone sobre las piernas muertas. Luego, camina, empujando la silla de ruedas y va a detenerse casi a la sombra de un árbol, donde una amable resolana garantiza tibieza para el día no demasiado frio, haciendo que el anciano quede de cara al paisaje. Le murmura como unas recomendaciones y se va a contemplar el juego de unos niños en la cancha de futbol, dejando solo al anciano, que queda mirando el paisaje verde y luminoso, o tal vez sumido en sus recuerdos o simplemente, dejando divagar la vieja y cansada mente. Desde nuestra atalaya de curiosos, contemplamos aquella escena melancólica, con todos los colores y la vitalidad de una pintura. Pero no una pintura para alegrar el alma ni para iluminar la esperanza, sino para reflexionar sobre ese inevitable proceso de la vida, que a algunos lleva a terminar en un sillón de ruedas, mirando nada, escuchando el silencio,  tal vez tratando de memorizar sin éxito tiempos en que las piernas tenían músculos vivos, y el oxigeno  enriquecía la sangre, y la risa afloraba y el vigor mojaba de sudor, el rostro y el cuerpo. Y sentimos una gran lástima por aquel anciano que sentado en la resolana, con su mirada apagada y su gorro de ofensivo colorinche, ya no daba testimonio de nada, sino de su propia, derrota, la inevitable derrota del hombre en la lucha con los años. Con timidez de niño, nos acercamos despacio, tirando el anzuelo de nuestra curiosidad en las aguas de su silencio y su abandono para pescar un pensamiento sabio, sobreviviente del naufragio. "Buen día, señor", le dijimos. Nos miró desde la profundidad de su vida casi ya ida, y pronunció solo dos palabras: "Hace frio". Le acomodamos mejor su manta, y nos fuimos de allí. A lo lejos, su hijo seguía mirando el juego de los niños. ¿Qué más podía hacer?
Mario Halley Mora - MHM

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