sábado, 27 de abril de 2013

Personaje: EL ESCRITOR

En una reunión social, me toco la fortuna de conocer de cerca a un escritor. Siempre he admirado a los escritores porque desde mi llanura de ignorante ilustrado, los considero algo así como embajadores del Olimpo. Estaba compartiendo un grupo selecto y me lo presentaron, y cuando me paso la mano con la displicencia con que Luis XIV pasaría la mano al cochero de María Antonieta no me ofendí. Los grandes tienen derecho a su propia majestad, y quien era yo para reclamar algún rayo de luz exclusivo de semejante astro. Me quedé parado humildemente en la periferia del grupo, como un cometita de modesta cola sobrevolando el Sistema Solar, donde con toda justicia, mi personaje fungía de Sol. Los planetas, perdón, los componentes del grupo, devotos y atentos, (aunque no tenían cara de haber leído un libro completo) bebían sus palabras y yo tendía las orejas como antenas parabólicas para captar ese momento histórico en mi vida, sobre todo, porque el Escritor hablaba con tono magistral sobre la narrativa, terreno en el que con terquedad de mula y talento de su papa (de la mula), yo desperdiciaba mi tiempo haciendo unos desmañados intentos, en vez de hacer algo mas útil como ser transportista o acopiar tabaco.
- Existe un componente en la narrativa - decía el Escritor - que yo como resultado de un largo transito por los misterios de las letras defino como la substancia inmanente de la elaboración de la otra realidad arrancada de mis vísceras que no es subyacente ni soterrada sino difusa pero perceptible a la cosmovisión a veces platónica y a veces cartesiana que la escritura provee a la disposición lúdica del lector medio generalmente embebido en una cotidianeidad insalvable terrestre pédica bípeda e irremediable que dispara la alternativa shakesperiana y agónica del autor que debe debatirse entre entregarse a la hedonística de la pereza mental o remover todo el potencial del barro primordial de su mundo interior fabulador fantasioso y creador hasta el desplome explosivo del clímax creador planteando así al mismo tiempo la liberación de Tántalo y la solución del teorema del ego desdoblado que se ofrece como carnero del sacrificio en el altar de la mediocridad.  
- ¡Aijuepete!—me dije interiormente, abrumado por aquella sabiduría. En rigor, no había entendido un cuerno, pero memoricé todo palabra por palabra para repetírselo a mi nieto, mas no sea como prueba de que había estado cerca de un hombre de tamaña magnitud, y dudando de que el también lo entendiera a pesar de ser primer alumno y abanderado del Colegio, pero irremediablemente inficionado por mi linaje de bruto. Pero tuve que poner puntos suspensivos a mi admiración porque el Escritor seguía con su Magisterio.
- En la agonía del desprendimiento del ego inmediato porque el mediato permanece hibernado en el subconsciente que suele alcanzar el cero absoluto la escritura llega a ser una hemorragia habitada de luz incoherente que tiene un aura de dadiva ofertada en la excelsitud de la misión.
- ¡Nde rasore !  -  me dije ante el tamaño himalayico (se me estaba contagiando) de las cosas que yo ignoraba, y fue tanta mi admiración que le perdoné que me confundiera con el mozo y me pidiera un vaso de vino que fui volando a traérselo, con el contento de poder contarle también a mi nieto que había servido vino al Grande.
Mientras El seguía hablando y los demás abrevaban como bueyes sedientos (se me está contagiando, caramba) en las torrenciales cataratas de su sabiduría, junto a mi admiración surgía la envidia, corrosiva y amargante, de esas que emanan de las honduras de la mediocridad iluminada en toda su crudeza por los resplandores del genio inalcanzable. Su estampa paseada por Europa, su participación en seminarios, conferencias, paneles, simposios, congresos, honrado, admirado y aplaudido en las ilustres craneotecas de la cultura mundial, según contaba él mismo y sus amigos en los diarios y no hay por qué no creerlos, todo me parecía una ingratitud de Dios, mal repartidor de la riqueza celestial, que había derramado tanta iluminación sobre uno solo olvidando a los demás mortales, y hasta donde se oportunidad de ilustrarse en 'La Soborna“ como decía mi tocayo Mario.
Rumiando estaba el alfalfa acido de mi envidia (me contagié definitivamente) cuando se acerco al Maestro una joven periodista, de esas de pantalón vaquero, grabador en ristre y con dos grandes auriculares en las orejas que le hacía parecer al Ratón Atómico, a hacerle un reportaje. Preguntas inteligentes van, respuestas luminosas vienen. Las tendencias de la narrativa moderna. La misión del escritor, la validez del mensaje, la moralina victoriana y la inconsesividad actual. El neorrealismo, el boom latinoamericano, el boom africano, como hacer para encontrar a los países del segundo mundo porque solo parece haber primero donde muchos quieren estar y tercero donde nadie quiere estar pero esta. A todo respondía con fluidez, inteligencia, señorío sin par, que yo quería aplaudir pero me daba verguenza.
Finalmente, la joven periodista preguntó: -¿Su trayectoria de escritor, maestro?  - ¿Como dice?  - Le pregunto cuántos títulos ha publicado.
Aquí vi a mi ídolo arrugarse un poco cuando contesto - Uno, en 1977.-
Mario Halley Mora - MHM

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