sábado, 20 de abril de 2013

Personaje: CIRILO Fui amigo fiel, pero también fui ladrón

Cirilo tenía un aire ofendido y con razón. Había escuchado el noticioso radial y entero de que en cualquier momento seria victima de la persecución y la represión. Desde luego no le extraño la noticia, porque la esperaba desde el momento en que iba cayendo en la cuenta de que esta sociedad se estaba volviendo cada vez mas deshumanizada y metida en un consumismo alienante, perdía rápidamente la capacidad de querer y de respetar. A el mismo, a Cirilo, lo habían  arrojado inmisericordemente a la calle, y justamente porque vivía su vagancia forzada le aplicarían una pena increíblemente severa. Como me conocía como un amigo de su gremio y sabia que podía confiar en mí, me hablo de sus sobresaltos, amarguras y temores.
- Ya estoy viejo - me dijo - y no temo ni el encierro de la muerte, porque ya he vivido lo mío. He dejado mi huella de luces y de sombras. Fui amigo fiel, pero también fui ladrón. He salido de farra haciendo ruidos infernales que no dejaban dormir a la gente, y lo confieso, he sido un gran fornicador que ha regado hijos bastardos por el mundo. Pero no siempre fui malo. Los hombres me hicieron así.
A esta altura, debo aclarar que Cirilo, el de las amargas reflexiones, es un perro callejero del que me hice amigo. Grandote y flaco, de buena raza, pero totalmente arruinado por la vida desarreglada que lleva, comiendo de la basura, durmiendo en los portales o bajo los bancos de la plaza. Motivo de su rabiosa diatriba era la noticia de que saldría la perrera a capturarlo y llevarlo a morir con una inyección letal, como el más peligroso de los criminales.
-              No es justo - decía Cirilo -, recuerdo que cuando era un cachorrito me querían, me mimaban, me bañaban y hasta me perdonaban que hiciera pis por las patas del sillón y caca sobre la alfombra. Mientras fui cachorro hasta consideraban una gracia eso de ensuciar todo y mascar la zapatilla del amo. Pero la maldición de los cachorros re galones es que crecen y dejan de ser cachorros, es decir, dejan de ser juguetes primorosos. Entonces van dejando de queremos, nos sacan afuera, al patio, al jardín y ya no dormimos con el amito-nene, se olvidan de darnos de comer, y pronto descubren que somos sucios, que olemos mal, que somos muy ruidosos persiguiendo gatos y ladramos durante la siesta, que "creció demasiado", y de pronto, descubren que somos portadores de un rosario de enfermedades, y nos echan a la calle. Por un tiempo nos arrojan de vez en cuando un hueso, después nada. Pero como tenemos derecho a comer, nos volvemos los corsarios de los basureros, incursores furtivos en las cocinas de los vecindarios, pedigüeños por obligación, ladrones por necesidad y vagabundos por compulsión de la vida.
Estoy marcado para morir - continuo dramáticamente Cirilo - , rascándose una mancha de sarna entra las flacas costillas. No me atemoriza, porque entre patadas y garrotazos, entre días de hambre y noches de frio, ya tengo el cuero endurecido. Pero lo lamento por mis amigos, inocentes como yo, aunque mucho mas honrados que yo. Me duele especialmente por Pompona, una amiga mía que alguna vez tuvo sus grandes orejas colgantes cubiertas de rulos perfumados, que se han vuelto estopa. Tuve con ella aventuras ocasionales. Es una buena chica que tuvo la des gracia de enamorarse de un callejero, y romántica ella, darle pruebas de su amor. No la perdonaron semejante desliz y porque había mancillado la raza, según dijeron, y la echaron, embarazada como estaba, la pobrecita. La acompañé en el patio, debajo de un barco viejo y varado allá en los astilleros de la playa Montevideo. Seis cachorritos divinos, pero ni su maternidad pudo ejercer la infeliz., porque apareció una banda de chiquillos que riendo le arrebataron a los recién nacidos. Y me apena esta condena a muerte por Rolo, un bóxer buenote, que se hizo amigo del cuidador de una playa de estacionamiento y se convirtió en guardián por puro espíritu de responsabilidad, por un pastelito al día. Cerraron el estacionamiento y ahora está en la calle, trato de hacerse útil en   un taller mecánico, pero lo echaron a pedradas. Y por Vicker, un doberman a quien respeto mucho por su carácter, que se fue de la casa donde vivía, donde le enseñaron a morder y matar a cualquier intruso, cosa que no le gusto. "Yo soy un perro, no un asesino profesional", se dijo y escapo.
Me espanta  - continuo Cirilo - que capturen y maten al pobre Rubí, un pequinés inofensivo y tímido que vivía de lo mejor en su casa de Villa Morra, pero un día se aburrió de tanta molicie y decidió conocer un poquito el mundo de afuera. Se dijo que iba a hacer una vuelta a la manzana solamente y darse un atracón de orinadas ceremoniales en todos los arboles de la cuadra.
En la calle lo agarro un tipo que lo llevo y lo ato cerca de un gallinero maloliente, esperando un aviso de recompensa que nunca apareció, y el tipo lo abandono en la calle, lejos de su casa, tan sucio y cagado de gallinas que nadie lo quería. Fido, Sultán, Robocop y Daysy la Insaciable, pagaran la culpa de los "racionales” que los condenaron a la calle y a la vagancia. Ellos, como Pifi, Tigre y Fabiola la Castrada, perra de gran corazón, brava en la pelea y solidaria en compartir un basurero de restaurante, están en la calle, porque sencillamente no hay donde ir, lo sé por experiencia.
- Es triste, muy triste - finalizo Cirilo -  esto que nos pasa. Ver condenados a los buenos amigos, a los socios, a los compinches, a los que compartimos la  desgracia de una libertad forzada y sin pan. A los que llevamos la nostalgia de un hogar perdido o la amargura de una casa que abandonamos, porque se acabo el afecto y la comida. En fin, lo siento por los débiles que sentirán el horror de la ejecución, porque por mí no temo la humillación del lazo y la jaula ni la mordedura de la inyección de la muerte, y sabré demostrarle a los humanos que un perro también muere con dignidad.-
Mario Halley Mora - MHM

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