martes, 23 de abril de 2013

Personaje: LA TIA IRENE Embajadora del Mundo olvidado.

Octogenaria pero vivaz como una chica de veinte, flaca, solterón y con una vitalidad nerviosa infatigable, que si hubiera sido hombre le hubieren puesto el conocido "marcante" de "sebo - i eléctrico", La tía Irene no es la hermana de la mama de nadie, sino de la mama de todos, porque su "tiazgo" es honorario y porque sin tener hijos, se venga coleccionando sobrinos simbólicos. Hace de tía cuando se vuelve utilera o apuntadora en un ensayo de obra teatral, en medio de las cuales se amaña para preparar un cocido, friccionar con mentolatum una espalda dolorida, inventar un bálsamo de miel para una garganta irritada. La suelo ver infatigable, viejo pajarillo invicto, vendiendo rifas de beneficencia, organizando peñas, asistiendo a un lanzamiento de libros, rezando en un velatorio, acomodando el vestido de novia en un casamiento, inflando  globos y sirviendo el chocolate en un cumpleaños infantil, siempre tratando de ser útil, de ser tía, regalando con prodigalidad de samaritana elogios, felicitaciones, ayudas, halagando vanidades venidas a menos, poniéndoles tarabillas a voluntades en quiebre, sea la del mal poeta que se atrevió a publicar, enfermo desahuciado o viudo desconsolado, en todo  lugar donde hubiera pena , frustración o desilusión, que encuentran en la tía Irene aliento, consuelo, confortamiento y reconciliación con la mediocridad, la mala suerte o la desgracia. Y también donde hubiere alegría, la mas alegre, la mas servicial. Siempre mas tía que una tía verdadera, de esas que besan de compromiso a los sobrinos con un picotazo y no quieren que los sobrinos "toquen nada“ en su casa.
Recientemente la encontré. Sonrió feliz de verme con toda su dentadura postiza de teclado de piano al viento, me aferro los brazos con las dos garritas de gorrión que son sus manos, me beso en ambas mejillas y me felicito efusivamente.  Le dije gracias sin saber porque me felicitaba. Pensé que a lo mejor me felicitaba porque yo ere yo, lo que no deja de ser un buen estimulante, y me invitó a su casa, a tomar "ese cocido con leche que te gusta tanto" recordando una debilidad que ya tenía olvidada.
Fui un domingo por la mañana y me encontré con una sorpresa, la misma que sentí cuando miraba la televisión española y un señor hablaba de un estilo de pintura a la que llamaba “Taberna“. De plástico no se absolutamente nada, pero tenía una vaga idea de que la "Naturaleza Muerta" suele ser una representación pictórica referida a la vida detenida, animal, floral o frutal. El que hablaba de "Taberna" decía que no había que confundirlo con la "Naturaleza Muerte" porque el estilo, o corriente o tendencia o como se llame, recogía en cuadros a cosas, cafeteras, sartenes, jarras, elementos referidos a la vida diaria, la domesticidad de la cocina o el comedor, y decía finalmente que un buen pintor de "Tabernas" reflejaba "el alma de las cosas", por la composición, el color o la luz y las sombras.
Pues bien, la sorpresa que me tenía reservada la tía Irene fue que en un galpón de su patio, donde hace mucho tiempo un soñador como ella, de apellido Basterreix se quiso hacer empresario, puso una fábrica de botones y se fundió, o lo fundió el contrabando, que es lo mismo, tenía un "museo" particular. Cuando entré en el recinto, recordé aquello del "alma de las cosas", porque los objetos que guardada la tía Irene respondían a la misma motivación de aquel desconocido (para mí) género de pintura, que es amar las cosas por la identidad que irradian.
El galpón era solamente iluminado por la luz del día que penetraba por tragaluces de cristal que enviaban haces de luz en el se percibían festivales de polvos flotantes. Y entre otras cosas "con alma" detallo: Una pila (no una colección) de revistas Caras y Caretas, otra del semanario El Enano, una maquina de café, como una locomotora de pie que posiblemente funciono en el Felsina o el Polo Norte, una cámara fotográfica de "cajón" Kodak, una de esas maquinas inmisericordes de peluquería de las en el cuartel hacían el "acaperó N° Cero" y que teóricamente cortaban el pelo pero en realidad lo arrancaba de cuajo, y también de peluquería, un recipiente que pulverizaba agua apretando una vejiga de goma. En un rincón, una de las primeras maquinas de hacer "ondulación permanente" de los años cuarenta, que me trajeron el recuerdo de las mujeres de mi familia que se hacían el enrulado químico y andaban una semana oliendo a amoniaco. En las paredes afiches de cine, de cuando Asunción era más amable y se elegía entre ir al Granados, el Municipal, el Splendid, el Roma, el Municipal o el Victoria, y en esa penumbra nos miraban bellezas olvidadas como Lucile Ball, Greer Garson, Greta Garbo 0 Maureen O´Sullivan. Errol Flyn muriendo con las botas puestas, Gary Cooper esperando la hora señalada un programa del Granados para Matinee, Familiar y Noche ,un boleto capicúa, del tranvía 2. Cientos de cosas múltiples, pero con alma, platos enlozados, espejitos de mano, polveras decoradas y sus "cisnes", un collar de coral, una "caramagnola" boliviana, cientos de "cosas" que no eran viejas ni antiguas ni novedosas, pero si "con alma" evocadora de personas, de tiempos y de vientos perdidos en el olvido y recuperadas para provocar por lo menos una nostalgia, una memoria o un suspiro.
Así, descubrí una faceta más de la tía lrene. A sus ochenta años, aparte de ser todo lo que es, Embajadora del Mundo olvidado.
Mario Halley Mora - MHM

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