martes, 23 de abril de 2013

Personajes: LA PAREJA – Osvaldo y Daniela

Lo llamativo de Osvaldo y Daniela es que todo parecía que iban a formar pareja, allá en su lejana juventud de los años cuarenta. Pero nunca lo fueron. Eran jóvenes de mi edad, ella rubia y rozagante, y el moreno y buen mozo, con una resplandeciente dentadura, y como todos los jóvenes de aquella época que "afilaban" como se decía entonces y se querían, iban al Mbigua a bailar sobre la pista de tablones elevada, una especie de gran kiosco, después de hacer el romántico cruce de la bahía en una asmática lancha de aquel club. O al Deportivo Sajonia, o a la Casa Argentina, o a la terraza del Granados. "Festejante" de una amiga de Daniela, el suscrito formaban con ella y Osvaldo, una pareja de parejas, muy unida en aquel entonces.
Los dos estudiaban en la Escuela de Comercio y llegaron a recibirse el mismo año. El entro a trabajar en un banco y ella se empleo en una casa comercial muy connotada de la época. Hablaron es casarse, y estoy seguro que fijaron fecha. Pero en la familia de ella sucedió una desgracia. Su padre, un amable señor que si la memoria no me falla era telegrafista en el Correo, fue a bañarse un domingo en el "Chorrito", una cascada límpida de agua que caía en los fondos del parque Caballero. Era un día muy caluroso y al parecer, con los amigos, decidieron ir a darse un chapuzón en el riacho Cara Cará, que era un brazo fluvial que en el bajo del mismo Parque comunicaba la Bahía con el rio, y tenía triste fama de correntada peligrosa.  Allí se ahogo aquel domingo el padre de Daniela, que conviene aclarar, era hija única. El casamiento se postergo por el luto de ella, y cuando pasado el tiempo volvieron a hablar de la cuestión, surgió la dificultad en Daniela."No puedo dejar sola a mamá“. La formula de poner casa y llevar a mamá no pudo ser, porque Osvaldo contaba con vivir los primeros años de casado en su casa, y tenía muchas hermanas, y una mamá algo plagueona. Ya entonces y como enseña la historia, suegro y consuegro no hacen buenas migas. Pensaron en hacer las cosas al revés, es decir, casarse e ir Osvaldo a vivir con la suegra, la buena señora consintió y permitió que la pareja construyera dos piezas y un baño en su propiedad. Combinaron en casarse cuando terminara la construcción. Pero antes de terminar la vivienda estalla la revolución de l947. Osvaldo había sido una especie de cabecilla de una huelga de bancarios que se produjo un poco antes del estallido, de modo que una noche, en bote. Llego a poblar las carpas de Clorinda, donde durante meses comió el amargo pan del gendarme, y después, marcho al sur, hasta Buenos Aires, donde revalido su titulo y trabajó en una casa editora, y hasta compró una casa en un pueblo provinciano llamado Santos Lugares. La correspondencia entre los dos fue nutrida. Él le pedía que fuera a Buenos Aires. Ella contestaba que no podía abandonar a su madre algo desvalida que dependía totalmente de ella, ni se atrevía a dejar su trabajo donde era bien remunerada y muy apreciada por los patrones. Y le rogaba que esperara un poco más.
De a poco las cartas que se cruzaban fueron más espaciadas. Y cuando la madre de Daniela partió a reunirse con su esposo, ella le escribió a Osvaldo, recibiendo por respuesta unas breves líneas con los pésames, y nada más. Ninguna intención de reanudar los propósitos de matrimonio.
Daniela dio por terminada aquella ilusión de juventud, pero  nunca se caso. Osvaldo volvió en l992 a Asunción, encorvado, abuelo de innumerables nietos argentinos, jubilado y viudo.
Toda la historia surge de una noche de verano de aquel l992 en que un sábado de soledad (mi familia había viajado) en tren de vagancia nostálgica, me aproxime a los muelles del puerto hacia los cuales veía dirigirse parejas jóvenes, que obviamente, iban al Mbigua, coma yo mismo lo había hecho miles de años antes.
Estaba mironeando a las bulliciosos jóvenes que abordaban la lancha, cuando me fije en la pareja de edad, que absorta contemplaba el mismo espectáculo.
Con un nudo en la garganta reconocí a Osvaldo y Daniela, con todo el peso del tiempo y la ausencia encorvando sus hombros. Me di a conocer y nos saludamos con ese artificioso alborozo de los que nada ya tienen que compartir, y parloteando con Osvaldo, oímos que la lancha arrancaba y que Daniela lloraba.
La miramos con pena, y allá susurro señalando la lancha que iba cortando las aguas obscuras.
—Es la misma lancha. . .
Efectivamente, era la misma lancha (¿La Pino se llamaba?) de cincuenta años atrás, quizás con un nuevo motor, pero era la misma lancha.
Pero no era al mismo tiempo, ni la misma juventud, ni la misma pista de tablones, ni el mismo bolero "Nosotros" sonando desde la orquesta. Pero si, el mismo rio, el que primero acuno la travesía feliz de los sábados por la noche,  y después fue camino del exilio, hasta este puerto de vejez compartida, que es lo único que les queda hoy a Osvaldo y Daniela.
Me contaron su historia tal como acabo de narrar, y cuando me despedí me fui filosofando por las calles obscuras, sobre las promesas felices de los encuentros jóvenes, la ferocidad  canibalesca de la política, y la inutilidad melancólica, como de lagrimas secas sobre mejillas arrugadas, de los reencuentros tardíos.
Mario Halley Mora -  MHM

No hay comentarios:

Publicar un comentario