sábado, 20 de abril de 2013

Personaje: EMILIO el hijo de la divorciada

Emilio no tuvo la culpa de que teniendo cinco anos, sus padres decidieran divorciarse. Mucho más tarde diría con cierta amargura que no le consultaran para casarse, ni para traerlo al mundo, y mucho menos para divorciarse. Lo cierto es que se divorciaron después de discutir agriamente sobre el reparto de todos los bienes, casa, muebles, el jardín donde jugaba, el árbol donde padrino le había construido una casita, todo, el sol amanecido en la ventana, el olor del café del desayuno, la vecindad amable con él y ceñuda con sus padres peleones, todo se lo trago ese vampiro succionador de alegría y de paz llamado divorcio.
No tuvo la culpa Emilio de que en la escuela, en el nuevo barrio donde se mudo, le miraran de manera distinta, porque ya era un chico distinto, el <hijo de la divorciada>, una especie de mutilado sin muletas pero con un peso como de plomo en el corazón.
No tuvo la culpa Emilio de que su papa consintiera demasiado pronto en que él, Emilio, fuera a vivir con su mamá, y que su mamá, que tenía mucho trabajo con sub-gerente del Banco, decidiera que Emilio viviría mejor con su abuela materna, que era una buena abuela, pero una suegra terrible, que no perdonaba a su papa que fuera <ese bruto que destruyo su hogar> y que cada vez que Emilio hacia algo indebido le dijera que era digno hijo de su padre. Ni era culpa de Emilio que algunas veces viniera su papa y se Io llevara de visita a su mama, la otra abuela, que le llenaba de mimos, de caramelos y hasta de dinero para juegos electrónicos, y se maravillaba que un niñito tan bueno y tan amable llevara la sangre de <esa descastada que en vez de quedarse en su casa como buena esposa y madre, anda por ahí haciéndose la ejecutiva>.
No tuvo la culpa Emilio de que cuando cumplió doce años, su mama le regalara una bicicleta brasilera, pero no pudo venir a la fiesta que le organizo la abuela, y tampoco apareció su padre, que estaba de gira política, pero tres días después se entero del regalo materno de la bicicleta y apareciera con otra mucho mejor, de carrera y con diez cambios de marcha. Así Emilio festejo sus doce años con dos bicicletas pero sin papa ni mama en la fiesta. Bien es cierto que la otra abuela vino un ratito, dijo que el chocolate preparado por la abuela local era un asco y le paso a escondidas a Emilio un sobre con dinero y se fue sin despedirse de su colega en el abuelazgo.
No tuvo la culpa Emilio de que después de los doce años empezara a gustarle ser el <hijo de la divorciada>, porque de repente se convirtió en el premio de un torneo de generosidades. Cuando su madre le enviaba un vaquero, su padre respondía con una campera de cuero, a la máquina de video de su madre, respondió un video de su padre, y al órgano Yamaha de su madre correspondió un rifle de caza de alto poder de su padre. Para mayor alegría, cierta alegría ya diabólica, de Emilio, también las abuelas competían. La abuela materna le proveía de ropa fina, zapatones estilo Rambo, cinturones con tachuelas de bronce, anteojos de piloto, espejados, y hasta le llevo a hacerse un recorte de pelo moderno, con colita. La respuesta de la abuela paterna era muy unilateral, el consabido sobrecito con dinero, que Emilio se acostumbro a gastar a manos llenas los sábados de noche con sus amigos, que lo eligieron líder del grupo habida cuenta de su bien provisto bolsillo, que hasta daba para una docena de cervecitas.
No tuvo la culpa Emilio que cuando cumplió quince anos, su mama, que ya se había casado con otro, le obsequiara una moto. Y que su padre, al enterarse, dijo que era una locura que el chico anduviera en una maquina tan letal, y vino a llevarlo a casa y le enseño a manejar su Volvo, que le prestaba cada sábado, hasta que cumplió 17 y le obsequio un VW Gol.
Desde luego, Emilio no tenía la culpa de ser un pésimo alumno, acaso pensando que con tanto mana caído del cielo no había razón de romperse el alma para recibirse de algo y ponerse a trabajar como un alienado. De modo que fue expulsado sucesivamente de tres colegios, ante el escándalo de la abuela materna que no comprendía el prejuicio de los profesores sobre un muchachito tan correcto, de la abuela paterna que acusaba a su coabuela de estar echando a perder a su querido nieto, la disculpa de su papa que le decía que <son cosas de hombres recibir los golpes de la vida y ya te sobrepondrás, hijo mío> y la desesperación de su mama que acusaba a su papa de malcriarlo, se tiraba de los pelos y decía que no tenía fuerza de ocuparse de dos familias y de la sub-gerencia del Banco al mismo tiempo.
Tampoco tuvo la culpa Emilio de que teniendo todo, con su habitación llena de cosas que le entusiasmaban un momento y luego las olvidaba, las vendía o las regalaba, de que le rodearan amigotes vagos como él, que se aficionara a la cerveza, después al whisky y que un día probara marihuana y le gusto, hasta que cayó preso en una fumata, y estallo el escándalo. Su papa acuso a la mama y corto todos los regalos. La mama acuso al papa y cesaron también todos los regalos. La abuela paterna lo pensó mejor y ya no hubo más sobrecitos con dinero, mientras la abuela materna intento sin resultado alguno ponerle horario de llegada nocturno a las 11 de la noche, pero Emilio seguía llegando a las tres o cuatro de la mañana y como la puerta estaba cerrada con llave, entraba saltando el muro del vecino.
Llego en la vida de Emilo una etapa confusa en que él sabía que había sobrevolando sobre él una serie de culpas obscuras, como buitres esperando alguna agonía moral. Pero no atinaba a descubrir su origen, y en rigor, no se preocupaba mucho, porque entendía al fin, que de la serie de culpas había brotado una alegre libertad de hacer lo que le viniera en ganas, sin rendir cuentas a nadie, porque, ahí estaba lo chistoso del asunto, no debía nada a nadie, sino se debía a si mismo todo, hasta la alegre agonía de sobrevivir de cualquier manera. De manera que el fin, hoy, Emilio, mire a través de los barrotes y se pregunte de quien es la culpa, o la serie de culpas, de que hubiera ido a parar a tacumbu, después de haber sido hallado culpable de asalto con fines de robo
Mario Halley Mora - MHM

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