jueves, 11 de abril de 2013

Comentario i: Visceralmente cristiano



Me decía un amigo muy piadoso: “Cuando yo era niño, la primera manifestación que yo tuve del amor divino, era la oración que me enseño mi madre, antes de irme a la cama, a mi Ángel de la Guarda. Después, en las clases de catecismo, aprendí el Padre Nuestro, al que hoy considero el más grande poema de amor, de caridad y de humildad que ha producido el género humano, aunque su autoría  se atribuye al mismo Jesucristo. Pero más tarde, aprendí también que existen manifestaciones de la ira divina, como cuando Jerusalén, la ciudad deicida se obscureció y tembló cuando Cristo murió en la Cruz. Y también en la Biblia, está la ira de Dios (Jehová) acarreando sobre Egipto plagas y calamidades, y también el castigo divino que cayera sobre, las dos ciudades pecadoras, Sodoma y Gomorra. Pero en todos esos casos, el castigo fulminado por la Divinidad cayó sobre pueblos pecadores, sobre ciudades corrompidas donde el pecado y el mal estaban en la Sociedad misma, en el pueblo olvidado de las normas morales, de la caridad, de la virtud. Nunca he leído en ninguna parte, ni me han enseñado, ni me han predicado, ni me han ejemplificado, que para castigar a los poderosos (si los poderosos merecían castigo) Dios echo toda la fuerza del sufrimiento, la enfermedad, el hambre, la desesperación, sobre gente inocente, sobre niños que enferman, madres que esperan con angustia el pan del socorro solidario, hombres honestos que quedan sin trabajo, sin tierra para sembrar, sin frutos que cosechar, sin techo bajo el cual abrigar a sus familias. Si así fuera - prosigue mi amigo - Dios no sería el Dios iluminado por el amor, sino enceguecido por la furia vengativa. Un Dios que da palos de ciego. Dios no sería el Dios de la Justicia, porque sí derrama calamidades para castigar "a los poderosos" los poderosos, abrigados en sus casas, con abundancia de pan en las mesas, a cubierto del agua, del frío, de la necesidad, serian los que menos sufren. Tampoco puedo aceptar que el desbordamiento de la calamidad sobre los humildes sea una "señal de Dios", porque Dios "señala” anticipa, avisa, con otros medios, como cuando dio a la Humanidad la primicia de la llegada del Salvador encendiendo un faro en el cielo, sobre el pesebre de Belén. Por todo eso que me enseñaron – concluye mi amigo – Dios es Dios porque ama y protege al inocente. No llaga los pies de niño para castigar la “maldad” del hombre. Y lo creo así. Como condición para seguir siendo visceralmente cristiano”.
Mario Halley Mora - MHM

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