miércoles, 10 de abril de 2013

Comentario i: la orfandad en estado puro II



Nuestro tema de ayer, fué nuestro dominical hallazgo de un novelista de 12 años, que como todo escriba primerizo, en este caso precoz, encaró su obra en forma autobiográfica, y comenzó contando que era huérfano desde que era un bebé de un año, a causa de un accidente sufrido por sus padres, y que fue criado por su abuela. La "novela" escrita por el niño, tiene naturalmente todos los defectos del caso. El chico sólo tiene doce años, y  sin embargo, ha sido capaz de llenar un cuaderno de cien páginas, con letra menuda y buena ortografía. Pero por encima de un juzgamiento superficial de su escrito, lo dijimos ayer, sobrecoge y emociona la carga de inocencia de un niño que experimenta y cuenta, el peso de la orfandad en estado puro, es decir,  sufrida personalmente. Sobre el punto, tiene frases simples pero de un contenido enternecedor, como cuando cuenta (lo decimos con nuestras palabras, en gimnasia interpretativa) que jamás pudo establecer una comunicación completa con su abuelita, madre de su madre, que culpaba a su padre del accidente (manejaba el coche) mortal. Allí, en esa reacción de su abuela, el chico encuentra un motivo de su angustia, porque según dice: "yo siempre estoy esperando que recuerden a mis padres con amor, pero mi abuelita recuerda a mi padre con rabia y a mi madre con amor'. Más adelante, en una reflexión de rara madurez, escribe que "los muertos deben ser perdonados de todas sus faltas; porque es el  ejemplo que nos dejó Jesucristo, y a El no le podemos fallar". Se aferra a este temas y continúa una narración un poco confusa, de la que surge a poco que se analice, un conflicto interior demasiado árido, duro, para un chico de doce años, que se siente  llamado a ejercitar un culto total, cariñoso, nostálgico, a esos padres ausentes que idealiza, pero choca con su abuela, no puede realizar esa necesidad de su alma, porque la abuela "desacraliza" mancha con reproches el recuerdo de su padre. Al menos eso es lo que surge de la narración. Blandos como somos de sentimientos, sentimos hacia ese muchacho profunda lástima, pero al mismo tiempo, una genuina admiración. Quizás él no sepa que toda angustia necesita escape una válvula de descompresión y él, Dios mediante, lo ha hallado escribiendo, y lo hace tan bien como puede hacerlo un chico de doce años. Sin saber que ese trabajo de volcar en una páginas en blanco la carga de su dolor, es la garantía para su salud mental y para el equilibrio de su espíritu
Mario Halley Mora - MHM

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