viernes, 11 de noviembre de 2011

Comentario i: Artes Marciales 2


El atleta hizo una demostración sorprendente de su fuerza, puso varios ladrillos en pila. Se concentro, o hizo como se concentraba, levantó las manos de canto y dando un grito que supusimos ceremonial, dio un golpe a los ladrillos que se partieron estrepitosamente. Si aquella pila de ladrillos hubiera sido un cráneo humano, posiblemente los sesos se hubieran esparcido en cuatro metros a la redonda. Podridos (si, así como suena, podridos) como estamos de las películas sobre "artes marciales" que junto a las pornochanchadas brasileras son el alimento cultural que recibimos en nuestros cines, y viendo cómo en aquellas películas se santifican patadas, codazos, golpes de puño, de talón, de cabeza, de rodilla, y se glorifica a la violencia y al violento, nos preguntamos para qué el ser humano necesita aprender semejantes métodos letales de hacer daño y producir muertes y mutilaciones. Si estamos hablando desde todos los sectores, prensa, altares, púlpitos, escuelas, colegios, que la paz es la necesidad más urgente, grande y perentoria, ¿por qué tantos jóvenes se afanan en aprender violencia, y hasta algunos papás se ufanan, en enviar a sus sus chiquitos a aprenderlas también? Eso ya lo hemos dicho una vez, y nos salieron al paso muchos críticos que nos dijeron que las "artes marciales" constituyen una escuela con la cual se fortifica el carácter, se domina las pasiones, se alcanza serenidad de espíritu. Agradecimos aquellas explicaciones, e incluso no dudamos de la buena fe de nuestros maestros de ocasión, pero desde allá desde el fondo de nuestra memoria racial que tiene un sedimento oriental, salió a la superficie la convicción intima de que la serenidad del espíritu, la fortaleza del carácter, el dominio de las pasiones, la paz del espirito, deviene mejor de la meditación, del oido atento a las palabras de los ancianos, de la contemplación de la Naturaleza y también de la contemplación del fuego, que tiene el mismo poder que la concentración silenciosa de los lamas, capaces de vivir una vida interior que les libera incluso de las necesidades físicas comunes. Es mas , los “hombres azules” de las tribus beduinas de desierto, dicen que, logran una pureza de alma inmaculada, con una danza silenciosa, a la luz de la luna y sin música, en total concentración en el dominio del cuerpo. Es decir, que la aspiración de perfección interior que dice buscar los que practican “artes marciales” se alcanza mejor con actitudes pasivas que rompiendo ladrillos de un puñetazo, acto inequívoco de violencia.
Mario Halley Mora - MHM

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