lunes, 14 de noviembre de 2011

Comentario i: El viejo almacén


En un viejo almacén del Paseo Colón donde van los que tienen perdida la fe ... ", dice la melancólica letra de un viejo tango, y nos suscita la reflexión de que el "almacén", allá en Buenos Aires como aquí en Asunción, es una institución que tiene ese algo de mágico como para despertar la inspiración del poeta, muchos de los cuales han ubicado el "alma del barrio" en ese negocio que más que una función mercantil, ha cumplido una función social en el pequeño universo donde se desenvuelve. Sin embargo, parece que tanto en Buenos Aires como en Asunción, el almacén ha sido borrado por el progreso, o quizás aplastado por el "supermercado" rebosante y sin alma. A veces, no sabemos si para cumplimentar la orden medica de "hacer un poco más de ejercicio" o para explorar en los meandros de la nostalgia, caminamos por los barrios periféricos, buscando inconscientemente el almacén típico, auténtico, uno igual a aquel de nuestro barrio antiguo, con su mostrador pulido por los codos de los borrachos, su olor a cebolla rancia, la mortadela colgada de un clavo en la estantería, la pequeña fiambrera sobre el mostrador con su contenido de dulce de maní (ca'í ladrillo), dulce de guayaba en finas láminas, coserevá y dulce de leche, y sobre el mostrador también, el envase de vidrio para los caramelos y aquella nauseabunda trampa de cristal para las moscas. Mundo pobre, pero rico en significado, donde el almacenero en camiseta y zapatillas era mas que un proveedor un amigo, que escribía la saga de su generosidad sencilla en las páginas de la "libreta de almacén", que era algo así como la cuenta corriente que abría la amistad para la necesidad del prójimo. Buscamos ya en vano un almacén así, con sus escobas nuevas clavadas en las bolsas de maíz o de poroto, con su calendario de dos o tres años atrás, con su balanza de pesas negras y grasientas garantizadas por el "fiel contraste" municipal, y con su personaje clave, y con el alcohólico que no tenía casa ni plata, pero encontraba un techo en el almacén, una copa de caña que violaba el letrerito de "hoy no se fia mañana sí", y la interminable conversación, mostrador de por medio, con el aburrido almacenero. Ese almacén ya no está. Lo desplazó la atiborrada "despensa" coreana, donde hay de todo, menos conversación, convivencia, un oportuno socorro en los días de sogué familiar, y un almacenero viejo como el barrio, que vio nacer a la linda del barrio ayer y la recibe hoy como joven mamá de otra generación.
Mario Halley Mora - MHM

No hay comentarios:

Publicar un comentario