viernes, 11 de noviembre de 2011

Comentario i: El mundo mágico y muerto del cambalache


Por razones que solamente ellos sabrán y justificaran, hace un tiempo se prohibió en Buenos Aires un tango de Discepolo, Cambalache. Al parecer le encontraron alguna connotación política actual, quizás por aquello de que podía encontrarse en el mismo montón “a un burro y a un profesor" y a San Martin el Libertador junto a Carnera (al parecer un boxeador medio idiota y bruto que sólo sabía dar golpes). Quizás la intención del poeta mirando el escaparate de aquel Cambalache (negocio dedicado a la compraventa de cualquier cosa) fue hacer una parábola critica y descarnada de su tiempo y de su medio. Pero también, sin quererlo, canto un réquiem o ante la muerte de las  cosas;  sobre todo cuando verseaba que allí se veía un glorioso sable de granadero junto a un viejo calefón. Y eso, la muerte de las cosas que alguna vez fueron heroicas, queridas, sagradas o simplemente útiles, es el gran tema para el poeta, que cuando entra en ese mundo alucinante e intemporalizado de un Cambalache, estará sintiendo que respira el aliento de las cosas viejas, definitivamente arrinconadas para el olvido. Sin ser poeta, hace unos años, nos gustaba entrar a un negocio que forma parte de la Historia asuncena, que todavía no tiene su cantor ni su historiador. Ese negocio, era de un Señor llamado  Cachero Pulgar, y estaba en la calle Presidente Franco. Era el cambalache perfecto; Hierros de extrañas formas de máquinas ya superadas por el tiempo y Ia técnica, bombas de agua, cuadros, ventiladores arcaicos, máquinas fotográficas, máquinas de escribir añosas en las que quizás tecleaban sus grandes ideas 0’Leary o Fulgencio R. Moreno, y muebles como suntuosos tocadores con mesa de mármoles rotos y espejos desvaídos, conservando aún la elegancia de sus maderos tornados, retratos de desconocidos abuelos, de damas de dulce mirar de lacitos en el cuello castamente oculto por altas gargantillas. Un mundo mágico y muerto a la primera impresión, donde imperaba su derrota que llama a una opresiva nostalgia de su pasado que no conocimos, pero que estaba allí. En fin, tan “de todo" había allí, que una vez encontramos al mismísimo don Leopoldo Ramos Giménez, hurgando entre hierros y buscando componentes para construir su soñada máquina de “movimiento continuo", que no llegó a construir, pero se desquito convirtiéndose el mismo en “movimiento continuo”, al menos si se considera que con mas de noventa años, sigue erguido, trabajando, dinámico como un adolescente y como dice él, con “cuerda para rato”
Mario Halley Mora - MHM

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