lunes, 14 de noviembre de 2011

Comentario i: La sabiduría de envejecer


En plena calle, nos cruzamos con dos hombres que van conversando y oímos de pasada que uno de ellos dice: "No, hermano, yo ya no estoy para esos trotes". No pudimos averiguar de qué estaban hablando, de qué uno de ellos se estaba privando ya por prudencia, por miedo o por que no puede más, y decía que ya no estaba para esos trotes. Pero lo que sí concluimos es que esa persona anónima que se nos cruzaba en la calle, estaba admitiendo algo difícil de admitir, y también doloroso de admitir: que se estaba poniendo viejo, que estaba perdiendo vigor, energía, lucidez, empuje y ganas, señal inequívoca del avance de la edad, y de las limitaciones que ello implica para el hombre. De ahí que en esa admisión oída al pasar; yo ya no estoy para esos trotes, pudiera ser que estuviéramos oyendo también la expresión de una virtud del carácter y del espíritu: la sabiduría de envejecer. Y aún más, la sabiduría de envejecer dignamente, decorosamente. Virtud ésta que no es común a todas las personas de edad, y en nuestro caso, a todos los hombres de edad, porque no es muy raro ver a personas que ya rozan, o ya están en la ancianidad, que luchan desesperadamente para conservar por lo menos, el aspecto exterior de la juventud. Visten a la moda juvenil, se cortan el pelo al estilo de un muchacho, y si los tienen blancos los tiñen con el lamentable resultado de exhibir una pelambre rojiza de indefinible color metálico; se matan haciendo ejercicio para disimular la barriguita, y no faltan hasta los que se hacen planchar quirúrgicamente las arrugas de la cara. Otros que van más allá, y considerando que la medida de la juventud es el vigor sexual, se vuelven afanosos don juanes, sin tener en cuenta que en el marco de la familia, ya están desempeñando el apacible y sosegado papel del abuelito, y cayendo así, en plena vejez, en una doble vida en que por un lado se sienten perentoriamente llamados a la comodidad de las zapatillas de felpa, al amable sillón y a los diarios para leer, y por otro, se ven compelidos a vestirse a lo play boy, ponerse un colorado pañuelo al cuello, y salir en el auto en busca de ardientes aventuras, al final, casi nunca. . .  ya del todo satisfactorias. Justamente contemplando estos hechos y estos personajes es que tenemos una idea más clara de lo que significa “La sabiduría de envejecer”  
Mario Halley Mora - MHM

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