viernes, 11 de noviembre de 2011

Comentario i: Anselmita Heyn


Todas las personas de edad, porque precisamente ya están en los años de los recuerdos y de las nostalgias, suelen tener algo así como un tema, un recuerdo que les obsesiona, un episodio de juventud que en algún instante, por glorioso e inolvidable, se les quedó grabado en la memoria, y surge en todas sus conversaciones. Algunos de esos recuerdos parecen de cosas nimias, otros constituyen de acontecimientos importantes. Hace algunos años, teníamos por vecinos a un simpático señor que había sido empleado de una gran firma: "La Gran Casa Francesa", en su juventud, como contable. El mayor orgullo de su vida, el recuerdo más preciado de aquellos años jóvenes, es el de haber visitado una vez en su casa a la esplendorosa reina de belleza de aquel tiempo, Anselmita Heyn, llevándole unas muestras de telas que acababan de llegar de Paris. Llegó a la casa, justamente cuando ella, con sus amigas, estaba discutiendo como se bailaba un novísimo ritmo nuevo, el "fox - trot". El joven; audazmente, intervino en la discusión diciendo que él lo sabía bailar, y entonces, la bella le pidió que le enseñara. Pusieron un disco en la" Victrola", y allí se produjo el milagro que el hombre atesoró toda su vida: el modesto empleadito tuvo en sus brazos a la majestuosa y rubia soberana, algo así como el cuento del pastorcito que baila con la princesa. Se casó, tuvo hijos, tuvo nietos, se volvió el abuelito de la casa .... y jamás paró de contar sobre aquel "día glorioso en que bailó con Anselmita Heyn", porque esa era la gran historia de su vida, la que le contó a 'sus amigos del café, a sus camaradas en la guerra del Chaco, a todo a quien quisiera oír ese relato que para él dejó de ser una 'historia menuda en la vida de un hombre, para ser una leyenda que adornó su juventud con un momento que tenía el sabor de un cuento de hadas. En sus últimos años, también me lo contó a mí, y cosa increíble, hasta recordaba el titulo del “fox - trot” que bailo con la bella: “Rubias de Nueva York” y recordaba, o creía recordar todo lo que la fantasía fue agregando a su historia: el brillo de oro de aquella cabellera rubia, la tibieza de aquel cuerpo escultural, el deslumbramiento de la sonrisa, y la consecuencia final, dicha con sus propias palabras de anciano nostálgico: “Dicen que todo hombre toca el cielo una vez en su vida. A mí me toco tocarlo . . .  en los brazos de Anselmita Heyn”
Mario Halley Mora - MHM

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