viernes, 11 de noviembre de 2011

Comentario i: Ya es demasiado tarde


Hoy, domingo, nos toca relatar nuestra acostumbrada "historia anodina". Y remarcamos lo de "anodina porque lo que vamos a relatar es vulgar y repetido, pero no por ello, menos cierta. Llamemos a él, Manuel, y a ella María. Hace mucho muchísimo tiempo en plena niñez, fueron compañeros de juegos, vecinos del mismo barrio; después vino la adolescencia, y jugaron a ser novios, y cuando llegó la juventud el noviazgo de juguete se hizo amor de veras. Manuel fue el primer amor de María, y vice versa. Pero, ocurrió lo de siempre. Ambos tenían la misma edad, pero resultaba que un muchacho de 20 años era todavía un chico, y una chica de 20, una mujer ya inclinada a cosas más serias y a jóvenes de mayor edad. Ella conoció a un estudiante de medicina, no olvidó su primer amor, pero por razones prácticas prefirió al que "ya tenía un porvenir". Finalmente, el novio se recibió de médico y se casó con María. Por su parte, Manuel viajó a Montevideo, donde se empleó en un Hotel, e hizo una carrera desde auxiliar contable hasta el de Gerente. Nunca se casó y con ese rango se jubiló y volvió al país. Entretanto, María había enviudado, un hijo suyo era médico y otro abogado, además de tener una hija casada. Así las cosas, una vez, Manuel, que había vendido su casa en Montevideo y quería comprar otra aquí en Asunción, recortó un aviso del díario y fue a ver la casa en venta. Pulsó el timbre, se abrió la puerta ... y allí estaba María, con sesenta años encima, a igual que él. No seremos ilusos ni mentirosos y decir que renació el amor. No, pero volvió el recuerdo y de la suma de dos soledades, la del solteron y la de la madre cuyos hijos se habían marchado, nació sí una cálida amistad. El la visitaba a ella, tomaban el té, recordaban tiempos pasados y se hacían mútua compañía. A veces, se sentían audaces y aventureros e iban al cine o al teatro, dentro de la pureza y la castidad que ya son obligatorias a los sesenta años. Los hijos se enteraron, y primero se enojaron, pero después de conocer al viejo amigo, lo tomaron a broma y preguntaban cuándo era la boda. Pero no hubo boda, ni la habrá. Porque los dos reconocen que ya "es demasiado tarde para esas cosas de criaturas", Y se contentan con una amistad limpia, sedante para el espíritu, reconfortante para la soledad, y asi seguiran, encontrando ecos antiguos de sus vidas, recordando el barrio, a la gente que ya no está, y brindándose mutuamente una melancolica felicidad de estar juntos y llenar las horas vacias de la vejez
Mario Halley Mora - MHM

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