domingo, 11 de diciembre de 2011

Comentario i: Al borde de la locura


Esta historia me la contó un amigo, y NO doy fé de que sea cierta. Ocurre que cuando era pequeño, mi amigo, hijo único, sufría las angustias de tener un padre alcohólico. Su padre, oficial tornero, iba muy de mañana al trabajo, no venia a almorzar, y regresaba recién a las 10 u 11 de la noche, abundantemente saturado de alcohol. Felizmente, vivían en casa propia, que incluso, tenía un altillo que la madre acostumbraba a alquilar como habitación a gente de pocos recursos, y eso ayudaba. Una mañana, se presentó a solicitar la pieza en alquiler, un extranjero de pobre aspecto que portaba una valija y una gran caja. Pagó un mes adelantado y ocupó la habitación, que tenia por todo moblaje un catre y una mesita con su silla. El esposo ya se había por entonces marchado al trabajo y no se enteró de que había un nuevo inquilino. El día transcurrió en la casa como siempre. El inquilino salió a media mañana con su gran caja, y regresó a las 19 horas, y subió a su habitación llevando un grasiento paquete que tal vez fuera su cena. La madre y mi amigo, también cenaron y se acostaron, acostumbrados a no esperar la llegada del padre sino cerca de la medianoche. Efectivamente, nuestro borrachín tornero llegó a casa muy tarde con una tremenda "curda" y se le oyó rebuscar algo de comer en la fiambrera. Satisfecho el hambre, se le oyó encaminarse al baño, donde entró, encendió la luz, y lanzó el grito de horror más sonoro y angustioso que se haya escuchado en el barrio. La señora, espantada, salió en camisón y lo único que vio fue a su hombre salir saltando sobre el portón y desaparecer despavorido en la obscuridad. Solo regresó al día siguiente, a la tarde, demacrado, pero sobrio. Dijo haber ido a ver a un sacerdote ya un médico, a quienes refirió su espanto, y los dos coincidieron en decirle que su alcoholismo le tenía al borde de Ia locura, por lo que habla decidido no tomar una gota más en su vida, y cumplió. Ahora bien, la horrible visión que le aterrorizó hasta el paroxismo, cuando encendió la luz del baño, fue una espeluznante serpiente como de dos metros, que le miraba con su mirada demoniaca sacando una y otra vez la bifurcada lengua. Realmente, una visión del infierno, una alucinación dantesca que a la larga le curó de su mania alcoholica. Su señora callo, porque supo la verdad unas horas antes. El extranjero era un vendedor ambulante de los que exhiben una boa como bufanda, que se había escapado de su caja y había salido a buscar algunos sapos para alimentarse. Dejo que el marido siguiera creyéndose victima del deliriums tremenes, y desde luego, prontamente devolvió su dinero al inquilino y le dijo que se fuera con su víbora a otra parte.
Mario Halley Mora - MHM

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