domingo, 11 de diciembre de 2011

Comentario i: Ya no estoy para estos trotes 2


Un simpático señor, que no se identificó pero posiblemente, por la edad está en la "curva descendente" ya, nos llamó para referirse a nuestro comentario-í sobre aquel que dijera con aire de sabia derrota: "Yo ya no estoy para esos trotes". El nos dijo también que cuando se llama a reflexión, llega a la conclusión realista de que ya no está para muchos trotes, y desde luego, ante los inevitables desaños, deseos y tentaciones impropias ya de la edad que alcanzara, se llama a una prudente prescindencia. Sin embargo, a juzgar por lo que nos dijera, si bien acepta, dice y practica aquello de que "ya no está para esos trotes", contrapone a la sentencia, en cierto modo desmoralizante, otra sentencia, de carácter consolador. Esta sentencia, que envuelve cierta rebeldía, dice, según él: "Quién me quita lo bailado". O sea, que la posición mental que él asume ante su presente y sus circunstancias, se redondea en el pensamiento de que "yo ya no estoy para esos trotes pero quién me quita lo bailado". No está mal como actitud ante la vida, sobre todo si "lo bailado" en el pasado estuvo sembrado de satisfacciones, rico en alegrías, pródigo en instantes felices, florecido en momentos inolvidables, y sobre todo jalonado por las inefables dulzuras que vienen como tomadas de la mano de la primavera, la juventud, y el amor. Desde luego, al hombre que tuvo, o tiene, la suerte de tener fin curriculum feliz, que 'guarda recuerdos felices y que recuerda hazañas venturosas, nadie le puede "quitar lo bailado", porque si existe patrimonio intransferible y enajenable, es precisamente el mundo interior de las personas, la suma de sus experiencias y recuerdos, el trazo de sus cicatrices v la melodía intima de sus venturas. De modo que el simpático señor que nos llamara tiene razón cuando dice que nadie le puede quitar "lo bailado". Su pasado es suyo, y de nadie más, cuando amó y le amaron, cuando sufrió el flagelo del castigo o gozó de las dulzuras del premio. Cuando estuvo en paz con su conciencia o remordido por sus acciones. Cuando degustó la felicidad y aguantó el dolor: cuando floreció su alma en una bienvenida y se agostaron sus flores en un adiós, él vivió, vivió intensamente, bailó al ritmo caprichoso de su propia música existencial y girando y girando le tomo el gusto a su propia vida, que aun le queda en la  boca, co mo le queda en el oído el eco de la música que le hace decir: “Quien le quita lo bailado”
Mario Halley Mora - MHM

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