domingo, 25 de septiembre de 2011

Comentario í: Araresa y don Rodrigo


Comentario í: Araresa y don Rodrigo
Era en aquel 15 de agosto auroral. Un alto tronco, fresquito, indicaba el sitio donde acababa de fundarse la ciudad de nuestra Señora de la Asunción, por el señor Capitán don Juan de Salazar y Espinoza. Allá en la Bahía, donde nadie todavía se preocupaba por las crecientes y bajantes, se alzaba su gallarda nave, como tampoco el señor Capitán podía imaginar que estaba haciendo su ceremonia fundacional, más o menos en la jurisdicción de la Seccional 14, donde el bueno de don Ramón Aquino ganaría todas las elecciones. La crónica histórica, de Sánchez Quell, F.R. Moreno, y otros, no menciona discursos, al menos los del tipo que ahora se estilan, de modo que la ceremonia habrá sido cortita, y habría quedado mucho tiempo para que don Juan (que bien le viene el nombre) empezara a iniciar el trato social con sus futuros suegros y cuñados, o más bien, tobayases indígenas. Entre los hispánicos fundadores, estaba desde luego don Rodrigo, ardiente mozo español, con el agravante de que era un ardiente mozo español que se había pasado 5 meses en el mar y uno navegando por el río aguas arriba. De modo que no se entretenía precisamente en mirar el paisaje, que para eso había tiempo, sino en clavar sus ojos en Araresá, una bella indiecita concurrente al acto. Bueno, la belleza cambia de cánones y Araresá no podría ganar hoy un concurso de Miss Rellenita, un poquitín panzona, bien desarrollada por arriba y por abajo, con la adiposidad fresca ideal de la Venus del Milo, era mucho más de lo que  podría pretender un marino buen mozo ardiente que se había pasado cinco, no, seis meses, en el agua. De modo que don Rodrigo se atusó el bigote y abordó (claro, era marino) a Araresá. "Oíd, bella doncella de bronce. Como veis, acabamos de fundar una ciudad. Confiemos su destino en la sabiduría del Creador y esperemos que no tenga muchos problemas de tránsito o de contaminación. Pero no sólo hemos venido de allende los mares para fundar una ciudad, sino para fundar una raza, como se leerá hasta el cansancio en los años venideros. De tal suerte, bella zagala de estas tierras ardientes. .  ejem . .  ¿Qué os parece si empezamos nomás a fundar la nueva raza?" Araresá se ruborizó un poco, pero le pareció factible la idea. Dio media vuelta y entró en el monte. Don Rodrigo vio que don Juan ya se había marchado posiblemente con el mismo objetivo y entró en el monte tras Araresa. Y así empezó todo.
Mario Halley Mora - MHM

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