lunes, 17 de octubre de 2011

Comentario i: Alegria de vivir

Hoy, domingo, nos corresponde trazar el argumento de una “historia anodina", y para ello, nada mejor que rendir un homenaje a Crescencio, un modesto señor de nuestro conocimiento. Existe una novela, creo que de Alejandro Dumas, si no estoy equivocado, titulado "El Hombre que Ríe". Es la historia de un pobre niño secuestrado por gitanos. Para exhibirlo como un fenómeno de feria, los gitanos le hacen unos cortes en los músculos faciales, y la cara del niño adquiere una mueca constante de risa, y así crece, y así, "riendo" siempre, se convierte en un ser triste y desgraciado. Crescencio es todo lo contrario, la sonrisa que tiene, se la trajo al mundo, se la pintó Dios en la cara, y nunca se borró de ella. Alguna vez hemos leIdo de personas que tienen una "capacidad de alegría". Crescencio es una de ellas. Ha pasado por muchos avatares amargantes, y nunca perdió la sonrisa, ni el buen humor, ni la bonhomía. Desde joven, enfermó de diabetes, sobrelleva su enfermedad sin poses trágicas ni lamentaciones inútiles, mantiene su "capacidad de alegria". Su vida no ha sido precisamente una cadena de circunstancias felices. Un hijo se le ahogó en la Bahia, la madre, viejecita, loca, fue a parar un Asilo, donde estuvo hasta morir. Su esposa, hacendosa modista que le ayudaba en un modesto hogar, dejó la costura por serios problemas de la vista, y una hija, casada con un chileno, emigró a Chile y nunca tuvieron más noticias de ella, por más de que por mucho tiempo escribieron a diarios, emisoras, y basta a las autoridades eclesiásticas del país andino, hasta darse por vencidos y abandonar la empresa. Con toda esta serie de calamidades encima, podría pensarse que Crescencio es un hombre de mirada velada por el sufrimiento, de palabra agresiva por la amargura, de espíritu negado por el resentimiento. Pero no es así. Yo no se de donde, pero de alguna escondida veta interior, siempre está extrayendo alegría, sonrisas, buena voluntad para los demás. No se recoge sobre sus sufrimientos, sino se abre hacia la vida, está ayudando en su barrio a formar una Escuela de fútbol para los niños, sale a vender rifas en beneficio de la construcción de la escuela parroquial, pone su televisor en el jardincito de su casa modesta del barrio más modesto aún, para que los vecinos que no tienen aparato vengan a ver los programas nocturnos. En suma, vive, derrama solidaridad, alegrIa, satisfacción de estar vivo, de servir, de ayudar, de comprender a los demás. Por eso dijimos que el argumento de esta "historia anodina", tendría un carácter de homenaje y lo es a Crescencio.
Mario Halley Mora - MHM

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