sábado, 1 de octubre de 2011

Comentario í: El amor a las cosas viejas

Si buscáramos el arquetipo humorístico del amante de las "cosas viejas", sería aquel personaje que toda la tarde soportó el suplicio de un zapato nuevo, regresa a casa, se baña, se dispone a salir a visitar a los amigos, y se pone el zapato viejo. Hay que ver el aire de divino placer, de suprema delectación que le inunda todo, al caminar con los viejos, amistosos y placenteros zapatos viejos. Sin embargo, el amor a las cosas viejas es algo más que resultado del placer o comodidad físicos que nos proporcionan. Tenemos un amigo, próspero financista que tiene un despacho ultramoderno en una torre de cemento y cristal. Todo en esa oficina es modernísimo, cromo, acero inoxidable, madera preciosa pulida y lustrada, la computadora, la máquina de escribir electrónica, los teléfonos de formato espacial, hasta el florero de fino cristal tallado sobre el escritorio que parece un elegante signo de admiración, en fin, todo ultra moderno, menos el ventilador, que por otra parte, no hace falta, por el aire acondicionado. Sin embargo, el ventilador está allí, más que viejo, antiguo, negro, elemental, con un pedestal de hierro sosteniendo sencillamente un motor eléctrico a la vista, las paletas de chapa, los protectores de alambre, la caja de vaivén también a la vista. De ese ventilador está enamorado nuestro amigo, porque fue de su padre, y estuvo en el despacho paterno desde 1938 hasta que el señor pasó a mejor vida, y él se apropió del ventilador, un objeto prosaico, pero que en cierto modo, tenía algo de su padre; que solía ponderar aquel aparato "que nunca mandé al taller". Comparado con los ventiladores modernos, dentro de carcazas aerodinámicas con paletas superlivianas, varias velocidades y supersilenciosos, el ventilador de nuestro amigo es pieza de museo, pero para su satisfacción y nuestra sorpresa, aún funciona maravillosamente, con no poco ruido, pero funciona y mientras funciona, nuestro amigo lo mira con amor, cariño, nostalgia, como si mirara el retrato de su padre. Este fenómeno es muy frecuente por razones sentimentales, hay personas que aún usan relojes de bolsillo, o tienen en sus salas relojes de péndulo, o hacen electrificar viejas lámparas a querosén, cambiando la caprichosa mecha por el foco eléctrico pero conservando todo el resto, hasta el “tubo”, cada vez mas difícil de conseguir. Y eso es todo, y la moraleja es que muchas cosas viejas y al parecer inútiles, pueden dar testimonio de la sensibilidad de las personas.-
Mario Halley Mora - MHM

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