lunes, 17 de octubre de 2011

Comentario i: Fotógrafo ambulante

La figura del fotógrafo ambulante, todavía subsiste, aunque eso de "ambulante" es una equivocación, porque no ambula ni deambula, sino se instala en una plaza con su máquina y allí ejerce su humilde y honesto trabajo. Con todo, es un personaje clásico, sobreviviente de un pasado más aldeano y pastoral cuyos últimos representantes, toda vía están, con esas antiguas máquinas de cajón con una capucha negra donde meten la cabeza y realizan misteriosas manipulaciones hasta sacar las fotos en blanco y negro, algunos de los cuales, a gusto del cliente, son coloreados a mano, con un sobreprecio, claro está. Además, su clásica clientela, los soldaditos de franco o alguna parejita de inconfundible característica rural, sigue siendo la misma, aunque no han faltado turistas que con el mismo espíritu festivo con que suben a los viejos tranvías para experimentar nuevas emociones, también posan para nuestros proletarios de la fotografía que han dejado de llamarse "chasiretes", pero lo siguen siendo. Precisamente con respecto a esta antigua profesión, que posiblemente ha venido cruzando el tiempo de padres a hijos, con la misma máquina, vimos el sábado pasado en la plaza frente al Hotel Guaraní, un episodio sugerente. A los dos o tres fotógrafos a la antigua que aún trabajan allí, les salió un competidor, en la persona de un hombre mucho más joven que en vez del añoso cajón fotográfico con trípode, tenía colgada del cuello una moderna Polaroid. Y desde luego, acaparaba la clientela con su milagrosa máquina que disparaba, producía un zumbidito electrónico y acto seguido escupía una foto en colores de gran calidad. Aquello, nos pareció la condena a muerte de la añosa y nostálgica profesión de "fotógrafo ambulante", en lo que tiene de sugerente y de folclórico. A causa de la moderna Polaroid, una figura ciudadana, antigua y característica, perdía su barniz de artista para ser reemplazado por el de comerciante. Porque la diferencia está en eso. El "fotógrafo ambulante" a la antigua, tenía algo de bohemio, sus misteriosos manipuleos de metales y de ácidos bajo la capucha negra, un significado mágico, alquimista. Ahora todo eso es borrado del mapa espiritual de la ciudad y aparece la polaroid eficiente pero sin misterios ni tradiciones provocando así, la pronta desaparición del “fotógrafo ambulante”, cuyo adiós me parece por lo menos, un poema de Jose Luis Appleyard
Mario Halley Mora - MHM

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