lunes, 17 de octubre de 2011

Comentario i: falta algo, . . . . la inocencia

Historia anodina  de hoy domingo. Don Roque es lo que se dice un nostálgico patológico. Reconocía y  confesaba que "la única época feliz de mi vida, fue mi niñez", y contaba que vivía entonces (de paso, hace más de 50 años) en un viejo caserón de las afueras de la ciudad, con un inmenso patio arbolado, un patio "que era una fiesta frutal" como diría Appleyard, porque allí había innumerables, robustos mangos, aguacates, aguai, ybapurú, yva ­jhai, naranjas y mandarinas. Como todo niño fantasioso, era "panteÍsta sin saberlo " y conocía y amaba cada árbol, siendo sus preferidos un guavirá de lustroso tronco, y el yva-povó donde subía a instalarse a leer sus revistas de historietas. Y tenían, como se estilaba entonces, gallinas sueltas, un muestrario de razas mestizas, aca­botó, ayuraperó, carapé, purutué, que, algunas, desaparecían en el yuyal por 20 días y de pronto reaparecían orgullosas de sus doce o quince pollitos empollados en la fronda. Aquella era una existencia pastoral, en comunión con la naturaleza, bajo la ternura de la madre que adquiría por las mañanas luminosas el olor a café recién hecho, y se la oía barbotar en la negra olla de hierro sobre el brasero donde hervía el puchero del día, y parecía cantar en la rondana oxidada del aljibe cuando la vieja sirvienta sacaba el agua nueva para el cántaro cuando asomaba la madrugada. Aquella época vivió clara y vigente en la nostalgia de don Roque, que trabajó toda su vida, amasó una respetable fortuna, y un día, a la vista de su cuenta bancaria bien provista, de sus hijos bien instalados, de su viudez ya sin compromisos, decidió decir "basta" y se retiró. Pero nó un retiro cualquiera,  porque él lo concibió como un regreso a la "única época feliz de su vida" a la niñez, y decidió reconstruir aquella época. Compró una casa quinta, tiró abajo la casa misma y edificó un caserón sobre el modelo del de su niñez. Se mudó allí, rodeado de árboles frutales. Compró gallinas mestizas que hizo buscar en la campaña y las soltó en el patio. Logró hacer de la casa de su vejez, lo más parecida posible a la casa de su niñez, la misma arboleda, la misma paz, las mismas mañanas saludadas por la clarinada de los gallos y el cacareo de las gallinas. Y allí vive don Roque, empeñado en hacerse amigo de cada árbol como antes. Y es, según dice, "relativamente feliz". Le preguntamos a qué obedece eso de "relativo" ya que hizo el milagro de reconstruir el mundo de su infancia v don Roque nos contesta con cierta tristeza: falta algo, la “inocencia”.-
Mario Halley Mora - MHM

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