lunes, 17 de octubre de 2011

Comentario i: Reposo total


El día era terriblemente caluroso, y el asfalto de la ruta por donde íbamos manejando se sentía pegajoso, como derretido por el sol de fuero. Pasamos por un pueblo, un pueblo cualquiera, y entramos a campo abierto. Y de pronto, en el fugaz momento que nos permitía la velocidad del coche, con ese poder de síntesis que existe en el cerebro humano, vimos una escena pastoral. Una casita pintoresca, con una "parralera" verde delante, emplazada sobre una loma que era al mismo tiempo un ondulante prado de lozano pasto. En el jardincito, crotos y otras plantas ornamentales, y sobre el techo de aquella casita rural, el lujo de una antena de televisión. Un bello conjunto, una ingenua pintura de vida rural, pero dentro de ese marco bucólico lo que mas llamó la atención fue el aspecto humano: un hombre sentado en una silla, a la sombra de un apretado mango de fresca sombra. No tuvimos tiempo de ver qué estaba haciendo, o tomado tereré, o leyendo un diario, o trenzando tientos, o simplemente, haciendo nada. Pero de todas maneras, sentimos envidia, aun dentro de la protección del auto con aire acondicionado, de aquel ser humano de nuestro tiempo que aun tenia el privilegio de sentarse a la sombra de un árbol. Para pensar, para leer, para hacer un cansino trabajo manual sin prisa alguna, o simplemente, para no pensar en nada, sentir sin oir el ruido del viento en el follaje, gustar en la piel la frescura de la sombra, y dejar vagar el pensamiento, el pensamiento purificado por una santa pereza, sin interrogantes filosóficos, sin asperezas políticas, sin señales de tormentas económicas, sin rencor por un ayer en que castigó la injusticia y sin miedo de un mañana que será igual a hoy. En fin reposo total, con el cerebro dulcemente amodorrado trabajando en ralenti, con el oído lleno de rumores y los ojos reconfortados por los colores del paisaje, sentado allí, a la sombra, mientras la naturaleza gentil hace su trabajo, y la mandioca crece bajo la tierra, la naranja va madurando, la abeja zumba de flor en flor, el coco anuncia su perfume de navidad, la olla murmura sobre el brasero, y el chancho se revuelca feliz en su deliciosa mugre de chiquero. Aceleramos y seguimos nuestra ruta, pensando en rectificar aquel cuento en que el hombre feliz no tenía camisa, cambiándolo por el hombre sentado a la sombra de un árbol en una tarde de verano ardiente, sintiendo que la vida pasa sobre él, como las mansas, frescas aguas de un arroyuelo.
Mario Halley Mora - MHM

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