sábado, 1 de octubre de 2011

Comentario i: La incomprensión de un padre

Hoy domingo, asumimos nuestra tradición dominical de contar una de nuestras historias anodinas y para el efecto, recurrimos a la "confesión" de un caro amigo, que sencillamente nos contó su historia, desde su niñez. Cuenta él que entonces, era un niño muy especial. Para delicia de su mamá, y alarma de su papá, que se preguntaba si no había engendrado en él a un "mariquita" jamás ensuciaba la ropa, ni los zapatos, ni jamás exhibió las uñas sucias, y menos las orejas. Sus cuadernos de deberes eran maravillas de pulcritud, y colmados de sobresalientes y de muy bien aseo diez. Se apartaba de los otros niños, Y nunca perdía el tiempo en hacer volar una pandorga, o en jugar "balita joyo" o jugar al fútbol en el baldío y menos en participar en las guerrillas "barrio contra barrio" que protagonizaban sus hermanos y los otros chicos de la vecindad. Por esa desafección a los juegos infantiles, los otros niños le gritaban "cuña-í", y otros marcantes degradantes, pero él se mantenía en lo suyo, pues habiendo ya aprendido a leer, hizo de la lectura su pasión, y devoraba con frenesí de saber las revistas y libritos que traía a casa un tío solterón de la familia. Pero no todo era sosiego en esa vida para él. Su principal enemigo era su padre, un honesto trabajador, buen padre, pero con un sentido demasiado elemental de las cosas, que se avergonzaba de ese hijo que no se preocupaba en absoluto en mostrar la virilidad naciente de los "niños normales". Ni pelotas, ni juegos de competencia, ni socos en la escuela. "No se qué va salir de este mujerin" refunfuñaba el padre pensando que aquel carácter reacio a la gimnasia física y afecta a la mental apuntaba hacia un degradante afeminamiento. Esa actitud paterna - nos dice nuestro amigo- fue la cruz de su niñez. Amaba a su padre, ya como todo niño, quena que su padre fuera orgulloso de él, pero era incapaz – decía nuestro amigo – de demostrar la “valia” en el terreno puramente físico que su padre exigía. Paso el tiempo, mucho tiempo, y el mayor dolor de nuestro amigo, es que su padre murió antes de ver que se había equivocado con respecto al hijo rechazado, pues no alcanzo a verlo como es hoy, un hombre felizmente casado, padre de seis hijos, y uno de los mas distinguidos médicos pediatras de país. Tal es la historia anodina de hoy. La de la incomprensión de un padre, y la de la pena de un hijo que no alcanzo a demostrarle que estaba equivocado.
Mario Halley Mora - MHM

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