lunes, 17 de octubre de 2011

Comentario i: Jose Olitte, predicador

José Olitte fue durante mucho tiempo un buen actor cómico, o dicho sea sin ánimo ofensivo, un simpático payaso. Vivaz, dicharachero, con mucha chispa, hábil con la guitarra, especialista en chascarrillos y parodias, y con una cara dúctil, expresiva, capaz de generar la risa hasta al más serio. Hizo buenos papeles en teatro, así como en radio, aunque en Televisión nunca pudo ir muy adelante por querer prescindir de libretistas. Pero en el balance general, artístico, logró fama, prestigio, popularidad, y allí debió quedar. Pero de pronto, su estrella bohemia se apagó. ¿Qué pasó con José Olitte? Nos lo dijeron alguna vez pero no lo creímos: se había convertido en predicador religioso. Lo que se dice un giro de 180 grados. Sin embargo, un domingo cercano, al mediodía, sintonizamos una de las viejas emisoras que todavía sobreviven, y allí estaba un señor predicando, evangelizando, enunciando el mensaje divino. Lo reconocimos por la voz: era José Olitte, y caímos en la cuenta de que se había adherido a una de las tantas sectas "cristianas" que han proliferado. Hablaba como un iluminado. Y nos pusimos a reflexionar sobre el punto, quizás buscando una justificación para Olitte, y recordando que al final de cuentas, hasta el mismo Jesús eligió para sus apóstoles a pobre gente de humilde condición, y de escasa inteligencia. Pero no, ese no podía ser el caso. No es época de milagros ya, y no es posible que Jesús se le aparezca a un payaso (en el mejor sentido) y le ordene predicar el Mensaje. Sin embargo, es posible que se haya creído llamado por EL, pero no para cambiar tan de repente el escenario por el púlpito y el chiste por la admonición, porque según entendemos un San Francisco de Asís o un San Ignacio de Loyola, el uno joven disoluto, el otro guerrero, no aparecen porque sí nomás. En cuanto al predicador verdadero, jamás es resultado de la improvisación, porque debe haber pasado soledad, meditación, flagelación de la carne y del alma, por la purificación de la pobreza y por la ilustración de las inmensurables profundidades de la teología y de la mística, y del estudio de la vida de los santos. Cosas que no se hacen de una semana a la otra, sino lleva toda una vida, y a veces falta tiempo. De modo que realmente nos dolimos con aquel buen muchacho que debió seguir su camino de artista sembrador de risas y alegrías, pero lo abandonó para perderse en los vericuetos de algo que no es nada más que una manía mística
Mario Halley Mora - MHM

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