lunes, 17 de octubre de 2011

Comentario i: Las costumbres crudas de ahora

La bella joven que como dice el vals peruano "airosa caminaba" por la calle, hizo el ademán de cruzar una bocacalle, pero se detuvo porque un automóvil avanzaba. El caballero que conducía el auto, al percatarse de las intenciones de la bella, frenó galantemente y con otro gesto no menos galante, dio paso a la joven. Hermoso espectáculo, lástima que el auto que venía detrás del galante caballero, no se percató a tiempo de la frenada Y fue a embestir la parte trasera, con abundante ruido de metales aplastados v vidrios pulverizados. La cortesía al final, le salió cara al galante caballero, y posiblemente, la bella dama se fue con el cargo de conciencia de haber provocado semejante daño a un caballero bien intencionado y cortés. Todo lo cual, nos trae a una reflexión amarga: con este ritmo de vida, moderno, acuciante, competitivo, prácticamente ya no hay lugar, ni tiempo, para la cortesía. Véase sino, el gesto cortés del caballero que le costó abolladuras y roturas en su automóvil, y probablemente una cuenta abultada en un taller de chapería y pintura. Surge así, la imposibilidad de ser cortés, y ante esta imposibilidad, nadie lucha, nadie trata de rescatar un resto de cortesía, y entonces, las costumbres gratificantes de antaño, ceden a las costumbres crudas de ahora. Ya nadie abre las portezuelas del coche a una dama, nadie le cede la derecha, nadie le pasa una mano cuando ella desciende una escalera o va a subir a una grada alta, nadie cede el asiento en los ómnibus o en los cines, y si usáramos todavía sombrero, nadie se lo quitaría al subir a un ascensor donde está una dama. Al echar así una mirada a este desprolijo devenir moderno ausente de la cortesía, nos parece cosa de otro mundo, aquello que pasaba sólo en otro tiempo, en que un hombre se despojaba de la capa y la ponía sobre el suelo húmedo, para que pasara la dama sin mojarse los piececitos. Hoy ya nadie usa capa, y si a usara, bien se cuidaría de hacer semejante cosa, con lo cara que están las tintorerías. Lo dicho, la cortesía, quizás tomada de la mano de la inocencia, se han ido para siempre, y solo queda para el recuerdo, la insólita picardía, la suprema audacia de aquel caballero que liberaba en el piso un ratoncito, para que las damas, en medio de chillidos, se levantaran la falda, y los donjuanes tuvieran la ocasión de echar una indiscreta mirada a los blancos tobillos femeninos
Mario Halley Mora - MHM

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