sábado, 1 de octubre de 2011

Comentario i: Damnificados por la vida

Un buen amigo correcto oficial de Policía, destacado en tareas de seguridad en las cercanías de Patria, nos hace llegar una carta que consideramos oportuna, y movida por una gran sensibilidad de alma. Su carta, como quien dice, nos hace pisar de nuevo tierra, y caer en la cuenta de que en nuestra preocupación por socorrer a los damnificados por el río, tal vez nos hayamos alejado un poco de la otra obligación de socorrer a los damnificados por la vida. En este caso especial, los niñitos recogidos en el Hogar Carlota Palmerola. Nos dice nuestro amigo que debe reconocerse y aplaudirse la abnegación de las hermanas dominicas paraguayas que allí asisten a los niños, y que también, sólo admiración merecen las damas de una Comisión que corre con el ímprobo esfuerzo de llenar las necesidades de los niños. Pero al parecer - y esto ya es de nuestra cosecha la enorme dispersión de los recursos del socorro que se ha necesitado realizar con los inundados, ha significado el agotamiento de dichos recursos, situación que se refleja en la casi interrupción de los auxilios, que los niñitos recibían, o en una tajante disminución de los mismos. La situación entonces, para esos niños, es la escasez de víveres felizmente paliado en parte por envíos de la Fuerza Aérea y también, por el aporte personal de la Presidenta y componentes de la Comisión de Damas. Pero aun con estos generosos aportes, la escasez es notoria, porque se trata nada menos que alimentar a 40 niños. No pensamos que nuestra Sociedad haya dado la espalda a esos pobrecitos infantes sino, como dijimos si bien la generosidad no se agota, se agotan los bienes materiales, o como en el caso actual se dispersan mucho: Hecho aritmético innegable, sobre el cual quizás podamos elaborar premisas de emergencia, como por ejemplo, establecer una suerte de privilegio para los más desamparados, y colocando en este nivel a los niños refugiados en el Hogar Carlota Palmerola, y en otras instituciones similares. Con ellos sí que la Sociedad tiene una obligación perentoria, primero porque son niños, luego porque no tienen hogar ni familia y finalmente porque debemos ponemos en el espíritu del sacrificio diario de las monjitas que hacen de madres, y de las damas que hacen de madrinas. De ahí que si nos disponemos a dar hoy un poco más de lo que ya dimos, orientemos nuestro aporte hacia esos pobres niños para quienes, la vida es una creciente, desde el nacimiento, hasta quizás quien sabe cuándo.
Mario Halley Mora - MHM

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