sábado, 1 de octubre de 2011

Comentario i: Empayenado

El enfermo, hombre joven, se debatía en la cama retorciéndose de dolor, con los ojos extraviados y echando espuma por la boca. Una de las vecinas que lo asistía, ayudando a la madre, juraría después que a la mortecina luz de la lámpara había visto salir una mariposa negra de los oídos del enfermo, y que cuando devolvió sobre el papel diario que apresuradamente le habían puesto en piso había visto también algunos gusanos. De modo que tomó cuerpo la convicción de que el enfermo había sido "empayenado" y que no había "pojhá­ farmacia" capaz de destruir aquel maleficio letal probablemente, ingerido con el mate o el tereré inficionado de innombrables recetas diabólicas que alguna malvada había invitado al joven. Algunos días después, el enfermo había mejorado físicamente pero parecía vivir una bruma permanente que le hacía mirar sin conocer a la gente y murmurar incoherencias cuando quería hablar. "O ñe pojhanó" decían las viejas, con compasión, y sugerían diversos medios y diversos curanderos capaces de anular el sortilegio y devolver la salud al enfermo. Una de las viejas vecinas fue más lejos, señalando que debía llevarse al joven a un "médico" de la parcialidad guaycurú, que son los especialistas en estas cosas. Así lo hicieron, el viejo indio cubrió de cenizas al enfermo acostado en el suelo, mascó tabaco y escupió apreciable cantidad de jugo sobre la humanidad del "empayenado", y finalmente se puso a canturrear monótonamente, haciendo gestos cabalísticos. Increíblemente, el joven dormía apaciblemente. El "guaycurú" dijo que ya estaba curado, y si querían que el payé se "diera vuelta" o sea, que la malvada mujer que había hecho el sortilegio, sufriera las mismas angustias que el joven. La madre dijo apasionadamente que si, y el "guaycurú" volvió a sus extraños ritos. El joven despertó lúcido, ágil, alegre, abrazo a la madre y se marcharon a casa. Cuando llegaron al caserío, oyeron gritos y corridas en la casa vecina. Dorotea, aquella chica tan formal y beata, se debatía en la cama, presa de espasmos y echando espuma por la boca .... ¡Había sido ella! Quién lo iba a creer? Bien, esta es la historia anodina de los, domingos y que no es imaginación, sino la reconstrucción de un "sucedido" que mi abuela le contaba alguna vez a su comadre, sin percatarse de que su nieto de 6 años, yo, lo escuchaba atentamente, para repetirlo a sus lectores, a casi medio siglo después.-
MHM

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